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Suárez-Chamorro: La apuesta por las estéticas de vanguardia

La obra del artista plástico Suárez-Chamorro es, probablemente, una de las más singulares, insólitas y complejas del panorama artístico español y, más concretamente andaluz. Digo esto sin ambages y de entrada porque mi cometido como prologuista, ya se encarga de un meticuloso y certero estudio de su obra la especialista Lourdes Jiménez Fernández, es dar unas pinceladas, una impresión global de la impronta de su figura y su trabajo. Acertadamente se detiene ella en su itinerario como pintor, fotógrafo y escultor en este libro sobre sus Collages y Bronces de 1990 a 2012, apuntando detalles, temas, influencias, exposiciones y demás datos y argumentarios que resultarán fundamentales para entender su solidez. Yo, sin embargo, quiero contextualizarlo desde otro ángulo, desde la pertenencia a una independencia absoluta de apriorismos, clasificaciones o, lo que es lo mismo, a su coherencia con la primera y última ley de un creador: La libertad.

Quizá por esa razón entre las directrices de su concepción plástica ha estado siempre, por un lado, un espíritu crítico con la obra ajena pero, sobre todo con la propia, y una reivindicación e las teoría creativa, antes de la propia plasmación práctica. Todos los grandes movimientos artísticos han tenido teóricos pero, en los momentos actuales, muchos de los creadores han pensado que la teoría no era importante, lo que ha dado lugar a despropósitos vacuos en lo estético, y ridículos en sus manifestaciones. Quizá por esta razón Suárez-Chamorro ha, manifestado su interés por la teoría estética y, en especial por los manifiestos del surrealismo, verdadera vanguardia que aunara todas las disciplinas plásticas en las que él se mueve con soltura, muchas veces hibridándolas, como hacían los representantes más consolidados del Surrealismo.

A mí, personalmente, me recuerda a una vanguardia estética, muy vinculado con la avanzadilla estética andaluza del surrealismo y su evolución en el tiempo y creo que Suárez-Chamorro no se sentirá incómodo si digo que, en ciertos aspectos, podría entroncársele con una nueva versión o reinterpretación del movimiento Postista. El Postismo es un movimiento casi marginal y netamente hispano, cuyo nombre es la contracción de postsurrealismo (como puede leerse en el Segundo manifiesto, aparecido en La Estafeta Literaria, número especial de 1946 y firmado por el poeta Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro Briones, Silvano Sernessi, y al que se fueron sumando, en los siguientes, pues llegaron a escribirse 4 manifiestos postistas, figuras como Gloria Fuertes, Francisco Nieva o Fernando Arrabal. En un principio el Postismo quiso significar «el ismo que viene tras todos los ismos». Con esta denominación querían significar que este movimiento venía a ser la síntesis de todas las Vanguardias intelectuales, plásticas y literarias precedentes. El Postismo nace en Madrid en 1945 y prolonga su actividad hasta 1950. La publicación del Tercer Manifiesto del Postismo (1947) marca probablemente el inicio de un declive sazonado por la incomprensión literaria y la cerrazón ideológica. Tuvieron a casi todos en contra: en especial las corrientes más colaboradoras con el Régimen Franquista, autores de un neopopularismo barato y exaltador de valores patrios, con Pemán y sus devotos; tampoco encontraron acomodo en el Grupo Garcilasista, entre los que estaban los poetas y pintores del 27 que quedaron en España como Benjamín Palencia, José Caballero, Dámaso Alonso, etc, y lo supuestamente más comprometidos, representantes de la Poesía y la plástica social o Neorrealista. Las influencias más claras del postismo vienen de las vanguardias literarias francesas y el surrealismo, lo que no le resulta ajeno a Suárez-Chamorro. La tradición en que bebe el Postismo es sin embargo más rica que la exclusivamente francesa: su posición anticanónica y contractual paradójicamente echa raíces en la ingeniosidad verbal de las tradiciones Barrocas y románticas, se alimenta del surrealismo y del Kistch, sobre todo en lo que este tiene de desprecio por el más elitista o snob arte culto, y pasa por el talante estrambótico, festivo y burlón, de escritores decimonónicos. Quizá por esta razón el Postismo tuvo repercusión en alas artes plásticas y en la literatura y reacciona en esta última contra las corrientes contemporáneas. Pronto escritores y dibujantes, además de los citados, como los hermanos Acquaroni, o Ginés Liébana, se entregan a esta preceptiva postista. Se trata de una corriente que pretende sintetizar las estéticas de vanguardia de preguerra en una especie de neodadaísmo germinal y como tal rechaza todo dogmatismo o imposición de otros cánones más académicos. Sus principios pueden reducirse según el estudioso José Manuel Polo Bernabé a estos cinco:

1. Supremacía de la imaginación que depende del subconsciente y la razón.
2. Utilización de materiales sensoriales.
3. Su carácter lúdico, dionisiaco y humorístico.
4. Control técnico que incluye la exploración de las posibilidades del lenguaje, rasgo éste quizás que le distingue de otros movimientos vanguardistas.
5. Voluntad de destruir prejuicios.

Estos principios se encuentran aludidos en el primer Manifiesto expresado de la siguiente manera:

“El resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros en sincronía directa o indirecta (memoria) con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio la imaginación, exaltada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación de la belleza o la belleza misma, contenida en normas técnicas controladas y de índole tal que ninguna clase de prejuicios o miramientos cívicos, históricos o académicos puedan cohibir el impulso imaginativo.”

Esto lo relaciona con una manera de entender la escritura y la plástica casi como un automatismo. Práctica que algunos escritores, pintores y fotógrafos utilizaron como experimentación en lo que llamaban “la escritura automática”, “la Pintura automática” o la fotografía automática”. Carlos Edmundo de Ory definió el postismo en 1946 como «la locura inventada», y Eduardo Chicharro, como «culto del disparate». Se trataba, en definitiva, de la liquidación de las vanguardias. Quizá la figura más cercana a Suárez-Chamorro, por su manera de hibridar técnicas, disciplinas artísiticas, y por su rabiosa actualidad, sea la más desconocida de la pintoras postistas, la andaluza Carmen Ynfante. Él, como ella, conoce bien los precios de la heterodoxia, de la libertad hasta sus últimas consecuencias, pero también del único compromiso que da carta de naturaleza y verdad a un creador: la obra bien hecha, sin concesiones.

Hay en él, como en los postistas y en Carmen Ynfante en particular, una presencia muy potente del lenguaje poético y sus metáforas llevadas a lo plástico. Apréciese, por ejemplo en sus serie “Heridas”, donde además, la mixtura de técnicas y materiales no es casual tampoco. Hay un aprovechamiento de lo cotidiano pero sublimado, no sólo en esta serie sino en todo su trabajo, donde la memoria, las emociones, se tejen y manifiestan con partituras, con textos, y materiales que, algunos no considerarían dignos de ser utilizados para la quintaesencia de lo estético. Nada más lejos, sin embargo, del lirismo de este nuevo postista contemporáneo. Suárez-Chamorro es una apuesta segura por la emoción y la técnica, sin encorsetamientos. Un ensanchar los parámetros y fronteras del discurso de vanguardia estético. Una garantía.

Manuel Francisco Reina
Málaga